Pablo, Fisioterapeuta “reniego de mi profesión”
NOMBRE: Pablo C.M
EDAD: 37
PROFESIÓN: Fisioterapeuta
TESTIMONIO:
Hola, buenas.Trabajo como fisioterapeuta en un hospital público de Madrid desde hace casi 20 años. Lo que hagan con esta información lo dejo a su albedrío, porque me han tocado ya tanto las narices que por un poco más tampoco se iba a perder nada y mi reputación me importa bien poco.
Escribo tras haberme enterado de la campaña que han iniciado bajo el nombre de “rompe el silencio”. Al escuchar hablar de esta iniciativa he sentido el impulso imparable de dedicarles unas líneas, sabiendo que cuanto diga aquí será interpretado como imaginaciones mías, porque, al fin y al cabo, no puedo hacerles llegar la información ni los historiales médicos que avalarían cuanto pueda decir.Para empezar, quisiera destacar la campaña de acoso que comenzó en el año 2021 cuando toda esta majadería llego a su clímax con la dichosa campaña de pinchazos masivos. Desde la institución en la que trabajo, si bien tengo que decir que no se nos amenazó en demasía y que los borregos fueron a esquilarse por propia voluntad, sí que existieron presiones que en cualquier otro momento y ámbito se habrían considerado inaceptables. Por ejemplo, sugerir que a los no inoculados se nos suspendiera de sueldo o se nos privara de vacaciones, tratándonos de apestados o “locos”.
Aunque tengo que reconocer que en la actualidad soy un loco solitario muy orgulloso de estar acompañado de sus propios pensamientos, porque he concluido que dentro del mundo sanitario no se puede razonar con nadie, sencillamente porque todos ellos están encumbrados en un altar del “saber” del que no se apean de la burra ni queriendo. Los sanitarios están imbuidos de una prepotencia insoportable, porque ellos han leído y han estudiado –como yo mismo lo he hecho–, aunque ninguno se ha preguntado nunca quién escribía los libros en los que estudiaban, ni quién pagaba a las editoriales. Pero esa es otra historia.
La cuestión es que la gran mayoría de ellos no reconocerán jamás que están equivocados, porque la “diosa ciencia” lo sabe todo, mientras que aquí, uno, cada día siente más adentro que no es más que un vendedor de humo y arcoíris.
Pues bien, el que suscribe reniega de su profesión, reniega de la sanidad y está asqueado de todo cuanto tenga que ver con batas blancas desde aproximadamente diciembre de 2019, cuando más concretamente comenzó el cachondeo en el hospital en el que trabajo y, por ende, en toda España. Sí, los bailes y el pitorreo comenzaron antes de 2020, o por lo menos en este hospital fue así y desde entonces no hemos parado.
La locura de estos tragacionistas llegó a tal grado que incluso violaron la ley de protección de datos accediendo al historial clínico de un servidor y de otros compañeros para comprobar si estábamos vacunados. Evidentemente amenacé con denunciar al supervisor y a cualquier otro responsable de dicha acción, pero calmé los ánimos y lo dejé correr por amistad hacia uno de mis superiores inmediatos.Una mención especial requiere el tiempo que pasé en la portería del hospital echando una mano durante el mes de marzo, abril y mayo de 2020, cuando faltaban compañeros hasta para cambiar el papel higiénico (muchos de ellos de baja por pánico). En aquel breve periplo aprendí cosas ajenas a mi oficio referentes a las defunciones, la morgue, y las funerarias. Desde allí tenía que llevar la cuenta de los pacientes que morían cada día y anotarlos en una morbosa lista que luego subía a dirección, donde anotaba el pabellón, la hora del “exitus” (que debe de interpretarse como éxito, habida cuenta de la pasta embolsada por paciente covid), y la empresa funeraria que vendría a recoger el cuerpo.
Bueno. Llamó mi atención que, en los primeros estadios de la plandemia, cuando el virus era oficialmente inexistente el 8M, y si lo sugerías éramos unos machistas fascistas, en el apartado: “causa de la muerte” siempre firmaban los médicos: “Neumonía bilateral” “Neumonía inespecífica” etc… términos ambiguos varios a escoger. Pero oye… fue avanzar un poquito la cosa y esos partes comenzaron a cambiar. Ahora todas las causas de muerte que pasaban por mis manos eran: “Covid, covid y más covid”. ¡Caramba, qué casualidad! Justo cuando más necesitábamos tener a la población asustada, los médicos firmaban otra cosa, igual de ambigua que la anterior, pero que daba más miedo… y mucho, mucho más dinero.Servicios y quirófanos cerraron, pero eso no impidió que los médicos se abofetearan por llevarse en fin de semana el “busca de guardia” a sus casas, porque sabían que por el simple hecho de tenerlo en casa cobrarían en la nómina el correspondiente complemento, sin haber tenido que mover un dedo, porque no había quirófano de urgencia por aquel entonces. Y lo pagaron ustedes y lo pagué yo y lo pagamos todos. Porque “merecemos una sanidad pública y de calidad” (puto asco, odio esa frase).Que estás líneas simplemente sirvan para ponerles en situación, porque me extendería más tiempo hablándoles sobre cómo timamos a los pacientes día tras día, sobre las mentiras de las listas de espera y otras leyendas aceptadas que nos repiten machaconamente cada vez que se necesita una de esas asquerosas “mareas blancas” para defender privilegios, que no derechos. Privilegios, que quede claro. Porque si algo he aprendido en mi profesión es que el paciente es un maldito número y lo único que queremos es trabajar menos y ganar más. Y me incluyo, no vayan a pensar que yo soy un dechado de moralidad y ética profesional. Porque tras cruzar el umbral de la apatía que te produce trabajar en el sistema, ya no sientes ni padeces, y lo único que te queda es decir: tengo que pagar las facturas, de modo que exprimiré esta teta cuanto pueda mientras me dejen.Ciñéndonos ahora a la cuestión de los efectos adversos de estas inoculaciones experimentales. Estoy convencido de que son muchos los casos que pasan por mis manos y por los de compañeros de profesión que no quieren verlo, pero me limitaré a expresar aquellos de los cuales tengo pruebas directas de su correlación.Para empezar, existe un auge de pacientes que aparecen con los ahora famosos “ictus”. Donde antes veías tres o cuatro, ahora ves diez o doce. Ese simple incremento debería llamar la atención, pero es que además soy testigo de casos que antes se daban esporádicamente y ahora son recurrentes: personas que vienen a rehabilitación por secuelas de un tercer, cuarto y hasta sexto ictus en pocos meses. Lo mínimo que deberían hacerse es cuestionarse qué sucede. Esto por no comentar que un compañero de 50 años murió en este hospital de un infarto repentino, que tampoco produjo interrogantes, sino caras luengas y atontadas.Con las primeras dosis en el 2021 se presentaron al menos dos casos confirmados por mi parte de capsulitis retráctil en el hombro… postvacunal. Uno de estos casos se produjo en un médico que, por supuesto, no lo relacionaba, porque repentinamente nos aseguraban que eso era uno de los efectos secundarios de cualquier vacuna. Claro que, uno no podía evitar pensar: oiga, tengo 37 años, llevo unas cuantas vacunas, muchos años viendo pacientes y ¿cuántas veces he visto una capsulitis en el hombro por haberse enchufado un potingue? Ya respondo yo: 0. ¡Ey, pero es normal!En la actualidad he podido confirmar, por un paciente enfurecido que se le rompió el bíceps del miembro inoculado justo después de pincharse, que este efecto sobre la musculatura y los tendones del cuerpo no debe ser algo tan raro como parece. Éste paciente no ha realizado ningún movimiento extraño, ni carga que lo justifique. Sencillamente pincharon y el músculo se rompió al poco.Los diagnósticos de polineuropatías también se han multiplicado, convirtiéndose en un remedo de cajón de sastre donde se mete todo a piñón sin hacerse preguntas.
El ejemplo más grotesco lo tengo en un paciente de 33 años que tras pincharse la segunda dosis sufrió un extraño episodio neurológico que terminaron por diagnosticarle como Guillain-Barré. Ahora el muchacho ha recuperado parte de su movilidad, pero probablemente sus pies queden afectados para siempre. Éste joven, francamente enfadado, asegura que todo ha sido a consecuencia de las vacunas, pues al día siguiente de ponerse la segunda desarrolló los síntomas.
Al preguntarle al respecto de lo que los médicos pudieran haberle dicho para justificar semejante cuadro en un tipo de 33 años, el joven aseguró que le habían explicado que todo era como consecuencia de una alergia. Explicación que me parece una absoluta genialidad vergonzosa por parte del galeno cómplice que la haya expulsado de su boca. ¿Una alergia? ¡Sí, vale! Y sin dar más explicaciones le dicen que hay componentes de la vacuna a los que puede tener alergia. ¡Acabáramos! Y por eso ponemos las vacunas sin prescripción, sin mirar los historiales, sin prospecto y sin ninguna medida de seguridad. Porque los expertos han hablado.
Un breve desvío al respecto de esta cuestión. En ese maravilloso hospital en el que trabajo, con mis propios ojos comprobé, cómo las enfermeras y auxiliares de enfermería salían a la puerta del hospital al final de cada jornada a cazar a los peatones incautos que por allí pasaban, para ofrecerles una dosis igual que camellos en un barrio de la periferia: “Porque nos han sobrado y se estropean” decían. Ya sabe usted lo de la cadena del frío o alguna otra gilipollez.
Y volviendo al chico de la alergia, y para remate porque la explicación dejaba mucho que desear, le añadieron: “O igual tenías alergia a algún componente del propio virus”. Y tan anchos. ¡A lo mejor deberíamos haber tratado el “virus” este con antihistamínicos!
Por cierto, en todos estos años en el hospital, ¿cuántos Guillain Barré había visto hasta esa fecha?: Uno solo y en un paciente de más de 70 años.Otra víctima importante de esta locura son los ancianos ingresados por cualquier causa que desarrollan infecciones nosocomiales, vamos, que se cogen una infección de orina que es de lo más habitual. Ahora se los trata como apestados, se les viste con guantes, batas, mascarillas, gorros, sus fisioterapeutas hacen otro tanto. Y a voz en grito me pregunto siempre: ¿En estos años, cuántas veces he tratado a un paciente con infección de orina vestido como si fuera a meterme en el reactor de Chernóbil? ¿Estamos tontos? Pero los compañeros no lo entienden, y a un enfermo de por sí confuso y debilitado le trasmitimos la sensación de que está mucho más enfermo de lo que realmente está, lo que no creo que favorezca su recuperación o mejoría.En fin. No quiero alargarme más. Son muchas las cosas vividas y por vivir, mucho el resentimiento –no lo escondo– que guardo para mi profesión y para cualquiera que se llame médico. El estamento sanitario está podrido, apesta, hiede a muerto. Algunos lo saben, pero la gran mayoría parece vivir anestesiada o abúlica, sinceramente no creo que haya mucho que hacer en ese sentido. Ignoro si esto que hago sirve para algo, pero por lo menos sirve para no estar callado o aplaudiendo como una foca anillada en los balcones.Disculpen la amargura y acritud que pueda destilar en estas líneas. Estoy muy cansado.